jueves, 11 de febrero de 2010

Conversaciones de cocina

Cuando vives con desconocidos con los que solo tienes en común las cuatro paredes que te atrapan, el mismo casero y el mismo estropajo no hay mucho de qué hablar en la cocina. Sobre todo si no tienes ningún interés en que dejen de ser desconocidos, y prefieres que lo sean a que se conviertan en extranos.

Por eso en el mínimo espacio de la cocina es mejor que no haya intercambio verbal mientras la abuela voltea las arepas, la colombiana tiene sus interiores de importación y el chamo de American Pie se prepara, como todos los días al mediodía y a la noche, su sanguich de queso crema y mermelada.

Un silencio que hace la cocina cada vez más pequena, los segundos más lentos y los roces más incómodos. Hasta que llega Manuel con su alegría desbordante y perturbadora y su batín granate que le deja un trozo de nalga fuera. Es que a los sesenta anos el culo no es lo que era a los 24, en esto mi amiga Andrea me daría la razón. Los pelos blancos asomando en la pechera, alto, grande, como un lenador.

Qué calor ha hecho hoy. Shiii, qué máshhh, demashiado demashiado. Contesta la colombiana con las mechas rojas revueltas. Me tuve que tomar hasta una cerveza con un companero, algo que no hago nunca. Yaaaaaa. Y lo que de verdad me ha quitado el calor ha sido un café bien negro. Shiiiiii, amí me passha igualito que a usted. Dice mientras traiciona a su país y a su cultura preparándose un café instantáneo. Yo no es que beba mucho, de hecho no bebo nunca, pero hoy hacía tanto calor...

La esposa calla. Pobre Manuel. Está claro que es alcohólico. Revisare en la poceta por si me encuentro una botella de cocuy a medias. Siempre es bueno saber dónde se guarda la de emergencia.

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