jueves, 11 de febrero de 2010

Conversaciones de cocina

Cuando vives con desconocidos con los que solo tienes en común las cuatro paredes que te atrapan, el mismo casero y el mismo estropajo no hay mucho de qué hablar en la cocina. Sobre todo si no tienes ningún interés en que dejen de ser desconocidos, y prefieres que lo sean a que se conviertan en extranos.

Por eso en el mínimo espacio de la cocina es mejor que no haya intercambio verbal mientras la abuela voltea las arepas, la colombiana tiene sus interiores de importación y el chamo de American Pie se prepara, como todos los días al mediodía y a la noche, su sanguich de queso crema y mermelada.

Un silencio que hace la cocina cada vez más pequena, los segundos más lentos y los roces más incómodos. Hasta que llega Manuel con su alegría desbordante y perturbadora y su batín granate que le deja un trozo de nalga fuera. Es que a los sesenta anos el culo no es lo que era a los 24, en esto mi amiga Andrea me daría la razón. Los pelos blancos asomando en la pechera, alto, grande, como un lenador.

Qué calor ha hecho hoy. Shiii, qué máshhh, demashiado demashiado. Contesta la colombiana con las mechas rojas revueltas. Me tuve que tomar hasta una cerveza con un companero, algo que no hago nunca. Yaaaaaa. Y lo que de verdad me ha quitado el calor ha sido un café bien negro. Shiiiiii, amí me passha igualito que a usted. Dice mientras traiciona a su país y a su cultura preparándose un café instantáneo. Yo no es que beba mucho, de hecho no bebo nunca, pero hoy hacía tanto calor...

La esposa calla. Pobre Manuel. Está claro que es alcohólico. Revisare en la poceta por si me encuentro una botella de cocuy a medias. Siempre es bueno saber dónde se guarda la de emergencia.

jueves, 28 de enero de 2010

Mis vecinos me adoptaron

Mis padres se han mudado a la habitacion de al lado. Bueno, en realidad no son mis padres pero como si lo fueran. De hecho, ni siquiera se como se llaman. El si. Se llama Manuel. El otro dia nos conto, despues de excursarse por la molestia que nos podria suponer que estuviera colocando las estanterias un domingo a las siete de la tarde, que llevaban 39 años casados. De la otra no conocemos el nombre, solo que le gusta pasearse en un bata blanca por la casa, que su hija se ha mudado a Puerto La Cruz y que la comida favorita de su hermana es la pasta, pero la suya no. Porque engorda, dice.

Han colocado una bombilla nueva en el espejo del baño que compartimos. Tambien una planta de plastico sobre el vater y monton de productos de limpieza ordenaditos en unas baldas tras la puerta. Quitaron la cal de la ducha y ahora sale el agua por todos los agujeritos. Lo del agua fria no lo han podido solucionar. Por ahora. De hecho ya no hay escapatoria porque un paso atrás y dos grandes tobos no permiten libertad de movimiento para meter los miembros uno a uno bajo el caño, con la boca abierta y los pelos como escarpias. Llegaron ellos y un olor a frambuesa que flota en el aire. A frambuesa y a limpio. Como de anuncio de la tele. Se fueron las manchas zoomorficas del bide y la pareja de colombianos con sus mojones paisas flotando en la poceta.

Creemos que les han corrido de la casa de alquiler en la que vivieron toda su vida porque con ellos ha venido una nevera, una lavadora, una secadora, una bicicleta estatica, una licuadora, un microondas y un juego de cuchillos que cortan bien. Han llenado de ropa el armario de su habitacion y los del pasillo. Todavia no nos han pedido que les hagamos un hueco en el nuestro.

No se. Ahora me da como pena con ellos llegar tarde a casa. Saben que a la mañana siguiente madrugamos. Ayer vieron que se nos pegaron las sabanas asi que nos colocaron sobre el fuego la cafetera que siempre dejamos preparada la noche anterior. Tambien me da cosilla que nos oigan echando un polvo. Nos consienten tanto a los dos que parecemos sus hijos y me siento un poco incestuosa.

Bueno, lo dejo aquí. La pure me muestra desde la ventana de su cuarto, justo frente a nuestra mesa, un pote. Creo que hoy toca arroz con arvejas. Si, eso parece. No quiero que se me enfrien.

viernes, 22 de enero de 2010

Tacones lejanos

La aspiradora serpentea en la alfombra del pasillo y la perra mordisquea la cabeza suelta de un muñeco de bebé mientras entra de puntillas al baño para dejar que el agua se lleve los pelos ajenos, los fluidos ajenos y la vergüenza propia que la lleva a buscar en cada cama dinero y cariño. Y llora. Tan solo con un vestido de charol y los tacones en las manos se marcha en aprendido sigilo no sin antes comprobar que en la cartera del cliente haya algo más que lo que se metió anoche en el escote mientras subía al coche en la rotonda. Ésta vez es la ultima, piensa mientras se limpia. Como promesa firma con sus bragas al pie de la cama. Mañana me compraré una nueva barra de labios para plasmar sobre una servilleta de bar el número de teléfono de para el príncipe azul que nunca llegará.


sábado, 16 de enero de 2010

Viaje a las profundidades submarinas

Reventaron sus entrañas de odio, reproches, miedos, inseguridades, celos y cuentas pendientes que nadie pagó. Reventaron llenando la habitación de vísceras de animales podridos. Olían mal las vísceras. Mancharon las paredes blancas, las sábanas de miel azules, los libros apilados en el suelo, la hamaca colgada. En un torbellino, todo el odio y el respeto se fueron por la ventana.¿Donde fueron esos ojos de niño que mira sin miedo pero con la circulación acelerada a la nuca de la chica de la primera fila?

Fueron a parar al cajón donde están los sueños, los planes, la risa, la felicidad, la ternura, la lujuria. Ese cajón que entierran en el piso bajo la cama y que cuando explotan las entrañas quieres tirar al fondo del mar. Pero no me importa porque cuando mires hacia otro lado con el ceño fruncido y la boca ensangrentada me arrastraré bajo la cama y me llenaré de fango y me arañaré los brazos y se romperán mis ropas y murciélagos se enredarán en mi pelo y llegaré hasta el fondo del mar y saldré con la piel de sudor y salitre y con spondyluss enredados en mi pelo y cangrejos pinzándome los pezones. Y pondré de nuevo la caja sobre la cama y la abriré con mimos y besos y caricias para que volvamos a ser felices. Para no tener que sumergirme de nuevo en el fondo del mar.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Lo que no soy

No escribo versos ni prosa ni cartas ni ensayos…sólo vendo mis palabras al mejor postor.
No capturo la belleza con disparos de canon ni la esencia de las cosas con acuarelas de color…sólo puedo trazar con besos el mapa del deseo sobre tu espalda.
Tampoco soy capaz de dedicarte o componerte versos y canciones ni convertir nuestros días en la ficción más auténtica…
Lo que sí puedo es amarte.
Lo que sí quiero es sorprenderte.
Lo que sí sé es hacerte feliz.
Y regalarte todos los amaneceres azul.celeste que me quieras aceptar.
Todo lo demás es literatura.

Dientes de vino

Tengo los dientes manchados de vino y un rosal entre las piernas que acaba de florecer salpicado del rocío del semen que dejaste en la madrugada.

Las sábanas me hieren como cristales que se hincan en mi piel sudada y lágrimas corrosivas crean surcos profundos en las mejillas que anoche lamía una lengua de gatopardo.

El techo de cinc cae sobre mi cabeza, y luego el cielo, y tú no caes sobre mí.

Y me hundo en la cama grande y vacía, y me pierdo entre sus sábanas de laberinto de cristal que se me enrollan en el cuello y me asfixian, que sin ti me hieren como cristales que se hincan en mi piel, como hace cincuenta noches cuando tenía los dientes manchados de vino y un rosal entre las piernas. Como cuando no me perdía en esta cama tan grande y vacía.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Luz de sexo

Sólo se veían cabezas y más cabezas. Cabezas morenas y catires, de pelo rizado y liso, largo y corto, con gorras, con cascos. Cabezas veloces que corrían al abrirse las puertas, otras más pausadas, sin prisas, resignadas ante los empujones y el griterío. Asfixia. La estación de metro de Plaza Venezuela a las cuatro y media de la tarde asfixia. Es intensa, estresante, y el ambiente es cargado, denso. Asfixia. Como una novia esperando en el puerto la llegada de su marinero esperaba metro tras metro su llegada. Tren tras tren, vagón tras vagón. El sonido de la máquina entrando a la estación sobrecogía el corazón, las puertas abriéndose se lo colocaban en la garganta y le producían un malestar paradójicamente agradable. Una emoción nerviosa con una incertidumbre que la devolvía a los tiempos de las primeras citas, de los primeros besos, de las primeras dudas, muchos años atrás, muchos kilómetros atrás. Nerviosa, con las manos sudorosas apretando el asa del bolso contra su cuerpo, sentía la adrenalina subir al abrirse las puertas de los vagones y ver esa maraña de gente que se abalanzaba para salir los primeros. Sus pies en puntillas sobresalían de los zapatitos verdes de lunares y el cuello totalmente estirado con la espalda contra la columna de cemento para obtener la panorámica de la estación. Estación compuesta de cabezas y más cabezas que le importaban una mierda, que no le decían nada, que no le interesaban un carajo aunque tuviesen las vidas más interesantes del mundo. Cabezas inmersas en una rutina de madrugones, metros, trabajos mediocres por sueldos indignos, cervezas, más metros y discusiones y mentiras y sexo en camas propias y ajenas. Cabezas y más cabezas que le importaban una mierda, que se podían morir mañana y a ella le iba a dar igual. Cada vez que se cerraban las puertas los andenes quedaban de nuevo vacíos, en una tranquilidad y una calma que no duraba apenas unos segundos. En esos segundos, se planteaba por qué no desaparecía ese nudo, por qué el corazón no le latía a su ritmo normal, por qué no le dejaban de temblar las manos. El séptimo tren arribó a la estación y de repente, entre el gentío, surgió la única cabeza que le importaba. Venía rodeada de gente pero protegida de ellas por un halo de luz que lo envolvía y lo separaba del resto de los mortales. Venía sonriendo y caminando con el trote característico de los que han deambulado por muchas aceras sin dirección concreta. Se sonrieron en la distancia y de sus caderas de mujer surgió una luz suplicante de que lo inundó todo iluminando cada rincón de la estación y salió por el techo hacia el contaminado cielo de Caracas. Las mediocres cabezas se taparon los ojos cegados por el intenso resplandor que emanaba de su sexo, suplicando, exigiendo que sofocara el calor que la invadía. Todo a su alrededor se paró y sus luces se fundieron en una sola luz, en una sola lengua, en un solo sudor, en una sola carne y en una piel. Te eché de menos, resumió.